Hola, Ma!

Hoy fui a almorzar con tu sobrina, con tu hermana en la vida y con tu mejor amiga, todas ellas en la madrina de tu hijo favorito, que tomé prestada. Hoy te recordé con y en ella.

Sus elecciones del menú fueron las mías. No se copió, hizo lo mismo que vos hacías, darse la oportunidad de probar algo, que quizás no hubiese hecho al ir con otra persona. Me hizo tan bien…

Hablamos de sus escorpianos dolores emocionales y hasta de alguno mío, y vos sabés, que eso no lo hago así nomás.

Y, como era de esperarse, hablamos del dolor compartido de no poder tenerte con nosotras a la mesa, pero estabas en esa mesa. Nos emocionamos juntas y sonreímos juntas, hasta alguna carcajada compartida.

En estos años me di cuenta, que no la conocía y me gusta esa mina. Entiendo por qué la querías tanto y por qué también te hacía enojar diciéndote las cosas, que vos ya sabías y no querías reconocer.

Me contó algunos detalles de su juventud, que fue la tuya. Te imaginé, casi te vi, tiñendo con tu humor momentos realmente jodidos. Te escuché riendo sin dejar, que las situaciones adversas empañaran tu juventud y tus ganas de ser y hacer.

La veo sufrir esta cuarentena eterna y este alejarse de lo seres queridos y te imagino en la misma situación, menos mal que no la tuviste que transitar porque tardé casi toda una vida en abrazarte y ahora no hubiese podido resistir no hacerlo. Tuvimos algunas buenas apachuchadas, pero nos quedaron tantas pendientes, tantos abrazos que no se completaron y no sé por qué.

Hoy la abracé en el auto al despedirnos, necesitaba hacerlo aunque la espantara, necesitaba abrazarte en ella pero sin que su marido nos viera. Vos lo conocés y sabés, que la sola idea de sabernos sin barbijo o demasiado cerca lo espantaría.

Hoy entendí, que tu adolescencia fue tan diferente a la mía y a la vez tan similar. Tu adultez sí fue muy diferente, pero de eso hablaremos otro día.